Hola, me presento. Soy uno de los muros del patio del colegio Trilema El Pilar de Madrid y quiero contarles lo que vi y oí cuando una comunidad educativa pintó junta para vestirme de gala e iniciar la transformación de mi hogar, el patio, en un lugar que nos guste a todxs aún más.
Todo comenzó gracias a Carlos, profesor de Primaria, al que le preocupaba el dominio exclusivo del fútbol en el patio y soñaba con generar un espacio más inclusivo que acogiese la diversidad de formas de estar. A Jorge, profesor de secundaria, le interesó mucho la reflexión de Carlos y decidió empezar a soplar para hacer posible un proyecto de cambio soñado por todxs. Pensando sobre patios Jorge encontró a Marta, una arquitecta y apasionada de la educación. Tanto conversaron e imaginaron que presentaron al colegio un primer dossier titulado “soñar el patio” en el que expusieron sus intenciones. Sugirieron ejemplos de transformaciones, desde metodologías colaborativas sustentadas en su convicción de que el aprendizaje es un acto que se nutre de las relaciones y, también, desde metodologías artísticas que inviten a la experimentación y a la atención en el proceso. Me pareció interesante sus reflexiones acerca de que los significados de un lugar están creados a través de su uso y que ese uso, a su vez, está condicionado por las posibilidades del lugar. Entonces… ¿A qué tipo(s) de socialización está invitando el patio de nuestro colegio?, ¿qué mensajes, significados, prácticas… está promoviendo y cuáles está invisibilizando? Detenernos a rastrear estos significados puede ser un aprendizaje enriquecedor para todxs.
El dossier “soñar el patio” sirvió para que la dirección, el consejo escolar y el AMPA conocieran y se ilusionasen con el proyecto. Semanas más tarde, llegó la noticia: ¡El AMPA había decidido financiarlo!
¿Por donde empezar? Marta y Jorge querían que el inicio del sueño comenzase de forma memorable y con la participación de todo el alumnado. Buscando inspiración, aparecieron las intervenciones artísticas de Boa Mistura, un equipo multidisciplinar especialista en crear murales XXL en la calle. Así fue como la primera intervención, que se denominó microacción 1, fue tomado forma. Y llegó la pregunta: -¿Que te parece si pintamos un mural sobre tus ladrillos con la participación de todo el alumnado y comunidad educativa?- me preguntaron. Al principio me impactó la proposición pero pronto me resultó una idea genial. ¡Hacía tiempo que estaba deseando un cambio de look!
Se acercaba el verano y el equipo directivo pensó que sería potente iniciar el siguiente curso con el mural colaborativo. De esta forma, a la vez que se iniciaba el proyecto transformación del patio, se daba la bienvenida al nuevo curso escolar.
Pasó el verano. Llegó a mis oídos que la primera semana de septiembre se organizó un encuentro al que asistió Marta y la “comisión de patio”, formada por lxs profesorxs Carlos, Ana, Cris, Inés y Jorge. Entre mandarinas y frutos secos, se sumergieron en una “pregunta sueño” en la que imaginaron que la microacción ya se había llevado a cabo con éxito y se preguntaron qué es lo que había ocurrido para valorarla de esa manera. Hablaron de que el alumnado había disfrutado, que había participado toda la comunidad educativa, que las instrucciones al profesorado y al alumnado habían sido claras, que los dibujos eran bonitos y bienintencionados, que había habido orden y puntualidad, que se había documentado el proceso… Incorporaron rápidamente todas esas sabidurías al proyecto que ya estaba en marcha. Así mismo, prepararon un primer horario que organizaba la actividad en tiempos de una hora por clase y permitía que todxs tuviesen la oportunidad de pintarme. Los vi salir felices y con ganas de seguir en marcha.
La segunda semana de septiembre se inició con un claustro de profesorxs en el que se presentó la microacción y, además, se hizo llegar a los profesores de infantil y primaria una carta sugerente y a los profesores de secundaria un video “imán” para invitar y seducir al alumnado antes de bajar al patio.
Tocaba preparar el terreno para que llegasen lxs niñxs. Allá que fueron Carlos y Jorge a la ferretería del barrio a adquirir todo lo necesario y lo guardaron en un pequeño almacén junto al patio que sirvió de cuarto aperos durante toda la microacción. Le sugerí a los dinamizadores que pensaran en la seguridad, ya que me preocupaba la grada con dos escalones que dificultaba pintar a lxs más pequeñxs. Convocaron al ingenio y se les ocurrió colocar colchonetas de judo hasta conseguir un primer escalón ancho donde podían moverse sin riesgo de caer. El segundo escalón sirvió de soporte para colocar las paletas de pintura. ¡Todo un acierto! Decidieron también, a buen criterio, forrar la grada con papel kraft y cinta de carrocero para evitar que se manchase y colocaron una valla que me resguardó, acotando el espacio para que solo se utilizase durante la actividad. Gracias al trabajo duro de Carlos, Jorge, Fer y Marta, quedé aliviado porque la logística de la microacción quedó resuelta.
Estaba casi todo listo. Solo faltaba dar una primera capa de azul cielo de base. ¡Es mi turno! Invité a lxs profesorxs para hacer rápido el trabajo. Las manos de Jorge, Marta, Belén, Carlos y las de algunos niños y niñas del comedor lo hicieron posible. Los niñxs hicieron un magnífico trabajo, ¡que vitalidad! Si no les paro, continúan pintando el barrio entero. Gracias a todxs pronto quedó mi torso cubierto de un luminoso azul que haría de base para que, al día siguiente, llegasen lxs artistas.
Llegó el gran momento… ¡Todo listo para comenzar! Pinturas, paletas, pinceles y camisetas viejas por si alguien había olvidado la bata. Era el turno de la primera clase. Unx a unx se colocaron delante de mí. Sus caras reflejaban ganas de empezar, atentos y expectantes. Les recordé la instrucción principal: ¡Si queremos cambiar de color, cambiamos de pincel! y a continuación, les invité a acercarse hasta mi piel para comenzar la tarea… Los más pequeños me cubrían de nubes de color y se esforzaban porque no quedase ningún hueco vacío. Algunos de ellxs no tardaron en descubrir que las manos también podían servir de brocha, y empezaron a aparecer manos azules, amarillas, verdes… de todos los tamaños.
Recuerdo con cariño a una niña de infantil que se pasaba los recreos pegada a mí preguntándome cuándo sería su turno. -Quiero pintar- me decía. -Quiero pintar- repetía, una y otra vez… Cada recreo… Yo le decía que pronto llegaría su turno, y llegó… Nerviosa por empezar se puso la primera en la cola. En cuanto cogió el pincel, su cara era de pleno disfrute. Cambiaba de colores con agilidad, estaba plenamente concentrada en la tarea… Qué felicidad sentí al ver cómo fluía y disfrutaba. -Es una niña especial-, me decían sus profesoras. Yo, como muro, no entendí muy bien lo que significaba ser especial y me emocionó ver su cara de disfrute y concentración al pintarme, para mí fue una de las cosas más conmovedoras de la microacción y, por cierto, la recordaré siempre.
En otra ocasión, un alumno de primaria se trajo su propio boceto de casa. ¡Qué ilusión me hizo que pensase tanto en mi! Bien concentrado en la tarea y con la ayuda de dos amigos, pintaron cuidadosamente el dibujo.
Recuerdo también lo curioso que me resultaba la cantidad de banderas que dibujaban en mi torso algunxs alumnxs de la ESO. Con curiosidad, les pregunté, ¿qué significado tiene las banderas que tanto dibujan? Algunxs se quedaron mirándome sin saber bien qué contestar, otrxs coreaban ¡patria!, ¡el lugar donde nací!, ¡familia!, ¡nuestro país de origen!… Uno de ellos, me argumentó muy pausadamente que no conocía otro país y por lo tanto solo podía estar orgulloso del suyo. Para entender mejor lo que me intentaban explicar, les propuse un desafío: dibujar lo que para cada unx de ellxs significa la bandera. Les invité a hacer el ejercicio de deconstruir su significado. Me miraron algo extrañadxs pero aceptaron el reto. La monotonía de banderas dio paso a la diversidad de dibujos: una playa y un sol radiante que evocaba las playas colombianas, muñecos unidos de las manos que hablaban de comunidad, el símbolo de la paz reconociendo el valor de la concordia… y tantos otros que me hicieron entender lo que contenía la bandera de cada uno de ellos. Lo que empezó con una pequeña pregunta, se convirtió en una fuente de creatividad y diversidad. Me fui esa noche a dormir conociéndolxs un poco más.
Y el miércoles vino Clara, una amiga de Marta, a colaborar esa mañana y sugirió hacer grupos de tres/cuatro alumnxs para idear un dibujo conjunto, ¡qué buena estrategia! eso generó que conversaran entre ellxs durante toda la actividad. Decidimos seguir utilizando esa estrategia el resto de la microacción. También se les desafió a minimizar el uso las palabras y convocar los dibujos… ¡Funcionó! se diluyó la palabra “fortnite” tan recurrente y empezaron a aparecer dibujos de sus personajes, los nombres dieron lugar a ballenas, elefantes, mandalas, olas… ¡Qué ejercicio tan potente y qué conversaciones tan interesantes surgieron!
Un par de tardes, invitamos a las familias y ex alumnos a colaborar. Recuerdo cómo una madre dibujó un árbol de color amarillo que retorcía sus ramas en espiral y a su lado, escribió la palabra crecer. Tuve también la suerte de que un exalumno hiciese un gran grafiti con spray, ¡qué dominio!
Cuando mi torso estuvo completamente lleno de dibujos, invité al alumnado a completar dibujos en vez de hacer nuevos. De esta forma, empezaron a enriquecerse los que ya estaban dibujados e incluso, algunos de ellos, se transformaron en otra cosa.
El viernes, justo antes de que empezase a llover, todo el alumnado del colegio había dejado su huella en mí. Las conversaciones que escuchaba en el patio hablaban de mi nuevo look. Muchxs me veían guapo y otrxs demasiado extravagante. Vi como algunx rascaba pacientemente con su uña para buscar su dibujo, que había quedado detrás. Le expliqué que aunque no se ve, la ropa interior, es necesaria, ¡y bien colorida y bonita que es la mía! Pronto me di cuenta de que de eso se trataba, mi vestido servía para iniciar conversaciones. Esa noche, repasé uno por uno cada dibujo que había sobre mi torso, y me sentí honrado de poder conocer un poco más a cerca de las pasiones, las emociones, las relaciones… de mis chicos y chicas.
Pasaron los días… Oía murmullos de que la microacción no había llegado a su fin. En la sala de profesorxs se cocía algo: entrelazar, travesía, búsqueda… ¿Qué tramarían? A los pocos días, Marta, Jorge y Belén empezaron a dibujar con cinta de carrocero letras en mi torso. Muchos niños y niñas se acercaban curiosos a preguntar. -Es una sorpresa, hay que tener paciencia-, les decía. Poco a poco la cinta beige fue conformando una frase.
Un soleado viernes de septiembre, tres pintores aparecieron en el colegio armados con rodillos y pintura, y empezaron a cubrirme de blanco, dejando a salvo los dibujos del interior de las letras que estaban marcadas con cinta. Poco a poco fue pudiéndose leer: “EN – CON-TI-NUA – BÚS-QUE-DA”. El toque final habían llegado, una frase sugerente remataba mi vestuario. Me evoca el movimiento constante que veo en el patio, me invita a no conformarme, a viajar, a seguir aprendiendo, siempre atento, curioso, cambiante. Creo que es una metáfora potente del aprendizaje.
Han pasado las semanas y todavía las conversaciones se detienen en mi nuevo vestido. Algunxs se preguntan ¿y ahora qué? ¿Qué más pasará? Y yo les digo: la transformación ya está iniciada. Lo que ha ocurrido estas semanas es irrepetible, disfrutemos y sigamos soñando.
Este artículo ha sido escrito a cuatro manos por Jorge Berná Jiménez (profesor de Educación Física en ESO) y Marta Medina García (arquitecta y dinamizadora de la microacción)
Con la intención de compartir lo vivido y honrar el trabajo de todxs los que han participado.